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CCC. cineclub ciencias

lunes, 25 de abril de 2011

Confirmado el Maratón para el jueves 28 de abril

Publicadas por JA a la/s 8:38 p.m.

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Abjuración a la trilogía de la vida.

por Pier Paolo Pasolini 1. Pienso que, primero, nunca y en ningún caso debe temerse a la instrumentalización por parte del poder y de su cultura. Es necesario comportarse como si esta peligrosa eventualidad no existiese. Lo que cuenta ante todo es la sinceridad y la necesidad de aquello que se debe decir. Es necesario no traicionarla en modo alguno, y mucho menos callándose diplomáticamente en virtud de alguna toma de partido. Pero también pienso que, después, resulta igualmente necesario darse cuenta de hasta qué extremos hemos sido instrumentalizados, eventualmente, por el poder integrador. Y entonces, si la propia sinceridad o necesidad han sido envilecidas o manipuladas, pienso que se debe tener el valor necesario para renegar de ellas. Yo reniego de la TRILOGÍA DE LA VIDA, aunque no me arrepienta de haberla creado. En efecto, no puedo negar la sinceridad y la necesidad que me impulsaron a la representación de los cuerpos y de su símbolo culminante, el sexo. Semejante necesidad y sinceridad tienen diversas justificaciones históricas e ideológicas. Ante todo, unas y otras se insertan en aquella lucha por la democratización del «derecho de expresión» y por la liberación sexual, que fueron dos momentos fundamentales en la tensión progresista de los años cincuenta y sesenta. En segundo lugar, en la primera fase de la crisis cultural y antropológica iniciada hacia el final de los años sesenta —época que empezó a ver el triunfo del irrealismo de la sub-cultura de los «mass media» y, por lo tanto, de las comunicaciones de masas—, el último baluarte de la realidad parecían ser los cuerpos «inocentes» con la violencia oscura, arcaica y vital de sus órganos sexuales. Finalmente, la representación del Eros, situado en un ámbito humano apenas superado por la historia, pero todavía presente en un sentido físico (en Nápoles, en el Oriente Medio), era algo que me apasionaba personalmente, a la vez como autor y como simple hombre. Ahora todo se ha trastornado. Primero: la lucha progresista por la democratización ex- presiva y por la liberación sexual se ha visto brutalmente vencida y trivializada por la decisión del poder consumístico al conceder una vasta (aunque falsa) tolerancia. Segundo: incluso la «realidad» de los cuerpos inocentes ha sido violada, manipulada y malgastada por el poder consumístico; incluso semejante violencia sobre los cuerpos se ha convertido en el dato más macroscópico de la nueva época de la vida humana. Tercero: las vidas sexuales privadas (como la mía) han sufrido el trauma tanto de la falsa tolerancia como de la degradación corporal; y lo que en las fantasías sexuales era dolor y alegría, se ha convertido en una desilusión suicida y en tedio informe. 2. Pero a los que criticaban, disgustados o indignados, mi TRILOGÍA DE LA VIDA, no se les ocurre pensar tenga alguna relación con sus «deberes». Mi abjuración se debe a algo muy distinto. Siento horror de decirlo; y busco, antes de decirlo, como es mi verdadero «deber» hacerlo, elementos que podríamos llamar atrasados. Que son: El hecho de que, aunque quisiera seguir realizando films como los de la TRILOGÍA DE LA VIDA, ya no podría: porque ahora odio los cuerpos y los órganos sexuales. Naturalmente, me refiero a estos cuerpos, a estos órganos sexuales; los cuerpos de los nuevos jóvenes y muchachos italianos. Se me objetará: «Tú, a decir verdad, en la TRILOGÍA DE LA VIDA no representaste cuerpos y órganos sexuales contemporáneos, sino los del pasado». Es cierto: durante algunos años pude hacerme ilusiones. El presente degenerante se veía compensado, sea por la objetiva supervivencia del pasado, sea, consecuentemente, por la posibilidad de evocarlo. Pero, hoy, la degeneración de los cuerpos y de los sexos ha alcanzado efectos retroactivos. Si los que entonces eran así o asá han podido convenirse, ahora, en así o asá, quiere decir que ya lo eran potencialmente; así pues, incluso su modo de ser de entonces queda, en el presente, devaluado. Los jóvenes y los muchachos del subproletariado romano —que, por otro lado, son los que yo he proyectado en la vieja y resistente Nápoles y, más tarde, en los países pobres del Tercer Mundo—, si ahora son inmundicia humana quiere decir que también entonces lo eran, potencialmente. Eran, pues, pobres imbéciles obligados a mostrarse adorables, lúgubres criminales obligados a parecer golfillos simpáticos, viles ineptos obligados a aparentar santos inocentes, etc. El hundimiento del presente significa, asimismo, el hundimiento del pasado. La vida es un conglomerado de ruinas insignificantes e irónicas. Mientras sucedía todo esto, mis críticos, doloridos o despreciativos, seguían con la imposición de sus cretinos «de- beres», como decía; eran «deberes» que concernían a la lucha por el progreso, a su mejora, a la liberación, la tolerancia, el colectivismo, etc. No se han dado cuenta de que la degeneración se ha producido precisamente a través de una falsificación de sus valores. ¡Y ahora tienen aspecto de estar satisfechos! Encuentran que la sociedad italiana ha mejorado indudablemente; es decir, que se ha hecho más democrática, más tolerante, más moderna, etc.! No se dan cuenta de la cantidad de delitos que se perpetran en Italia; reducen este fenómeno a las páginas de sucesos y le minimizan todo su valor. No se dan cuenta de que no existe ninguna solución de continuidad entre aquellos que son técnicamente criminales y aquellos otros que no lo son; y que el modelo de insolencia, falta de humanidad y piedad es idéntico para la masa de jóvenes modernos, en su totalidad. No se dan cuenta de que en Italia hay, además, un cúmulo de excusas: que la noche es desierta y siniestra como en los siglos más negros del pasado; pero esto no lo experimentan, se quedan en sus casas (acaso gratificando con un falso concepto de modernidad su propia conciencia con la ayuda de la televisión). No se dan cuenta de que la televisión, y tal vez la escuela obligatoria, han degradado a todos los jóvenes, a todos los adolescentes, convirtiéndoles en esquizoides, acomplejados, racistas y burguesotes de segunda clase; pero consideran que esto es una coyuntura desagradable, y que ciertamente se resolverá..., como si una mutación antropológica fuese reversible. No se dan cuenta de que la liberación sexual, en lugar de dar flexibilidad y dicha a los jóvenes y adolescentes, les ha hecho desgraciados, cerrados y, por consiguiente, estúpidamente presuntuosos y agresivos; pero de todo esto no quieren ocuparse, porque no les importa nada ni los jóvenes ni los muchachos. c) Fuera de Italia, en los países «desarrollados» —especialmente en Francia—, la cuestión no es tan complicada. Para los burgueses franceses, el pueblo ha dejado de existir antropológicamente; el pueblo está constituido por marroquíes, griegos, portugueses y tunecinos. Los cuales, pobrecillos, no pueden hacer otra cosa que asumir lo más rápidamente posible el comportamiento de los burgueses franceses. Y, más o menos, esto es lo que piensan los intelectuales, tanto los de derechas como los de izquierdas. 3. En resumidas cuentas, que ha llegado el momento de enfrentarme con el problema: ¿qué me ha conducido a abjurar de la TRILOGÍA? Aquí lo tienen. Escribo las presentes líneas el 15 de junio de 1975, día de elecciones. Sé que incluso si se produce una victoria de las izquierdas —como es muy probable—, una cosa será el valor nominal del voto y otra muy distinta su valor real. El primero demostrará una unificación de la Italia modernizada en un sentido positivo; el segundo demostrará que Italia —aparte de los comunistas tradicionales— es, hoy, en su conjunto, un país despolitizado, un cuerpo muerto cuyos reflejos no son sino mecánicos. Es decir, que Italia no está viviendo más que un proceso de adaptación a la propia degradación, de la que busca librarse sólo nominalmente. Tout va bien; no hay en el país masas de jóvenes criminaloides o neuróticos, o conformistas hasta la locura y hasta la intolerancia más radical; las noches son seguras y serenas, maravillosamente mediterráneas; los raptos, los pillajes, las ejecuciones capitales, los millones de desfalcos y de robos conciernen únicamente a las páginas de sucesos de los periódicos, etc., etc. Todo el mundo se ha adaptado, ya sea por no querer darse cuenta de nada, ya sea a consecuencia de la inerte desdramatización de la realidad. Pero debo admitir que incluso el hecho de darse cuenta o de haberlo dramatizado no nos salva del proceso de adaptación o de aceptación. Así pues, yo me estoy adaptando a la degradación y estoy aceptando lo inaceptable. Maniobro para volver a sistematizar mi vida. Estoy olvidando cómo eran antes las cosas. Los amados rostros de ayer empiezan a palidecer. Tengo ante mí —lentamente y sin más alternativas—el presente. Readapto mi compromiso a una mayor inteligibilidad (¿Saló?).